Cuando aparece discretamente para encontrar su asiento en el centro del auditorio y ver desde allí su propia película, la multitud recibe a Alejandro Jodorowsky como a una estrella del rock. Aplausos, cuerpos en pie, silbidos de admiración, gritos de “¡bravo!” y “¡maestro!”. Muchos corren para arremolinarse junto a él. Una muchacha le entrega en silencio un sobre. Una mujer se abalanza sobre la línea de respaldos para gritarle: “¡Maestro, vinimos de la Argentina solo para verle!”.
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