El comienzo del esperado Rigoletto que se ha estrenado este fin de semana en el Teatro Real de Madrid es apabullante, prometedor. Una mujer entra por la platea, corre despavorida. En el proscenio, con el telón rojo todavía abajo, una jauría de hombres de etiqueta, pero con máscara de conejos, la atrapa, caen sobre ella, la violan. De repente el telón entero se desprende y cae, se abre vaporoso ante los ojos el palacio del duque como si fueran las enaguas de una mujer. El fondo, muy al fondo, como hace años no se utilizaba en el Teatro Real, una treintena de cortesanos, todos con máscara de conejo, miran desde lo negro.
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