Ni retrasando cinco horas el cierre de los colegios electorales ni apelando al voto como un deber religioso ha logrado el tándem Jamenei-Rohaní convencer a los 58 millones de potenciales votantes a acercarse a las urnas.
Y el resultado de esa apatía por parte de una sufrida ciudadanía es la participación más baja desde 1979 (un 42,56%, 20 puntos menos que en las de 2016, mientras en Teherán se registró un raquítico 25,4% –dando credibilidad al Ministerio de Interior–). Y el caso es que lo ocurrido no constituye ninguna sorpresa ni sirve de disculpa, como ha pretendido el régimen, apelar al creciente temor por los efectos del coronavirus (que ya ha provocado 12 muertos, según el ministerio).