Una Annie Ernaux de treinta y pocos años se mueve por su casa, sonríe tímida, se entretiene en gestos lentos. Mira a veces a la cámara que le graba y continúa con las cosas de la cotidianeidad, como si pudiera fingir que no está siendo filmada en unas cintas que cuarenta años más tarde se proyectarán en las pantallas de los cines. Guardada para la eternidad, archivada en el deseo cumplido de los que aman la literatura contemporánea, se escucha la voz en off de Annie Ernaux narrando la historia de su vida.
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