Muchos buenos aficionados a la música culta suelen asombrarse de que las autoridades nazis admiraran las sinfonías o conciertos de Bach, de Beethoven o de Wagner. Tal vez parezca incompatible una ideología totalitaria y criminal con la pasión por la excelencia del arte. Pero no lo es en absoluto. Recordemos las orquestas de prisioneros que los guardianes nazis formaron en algunos campos de concentración o el final de la película El pianista (Roman Polanski, 2002) cuando un oficial alemán perdona la vida al músico polaco judío.