Los miles de migrantes dispersos desde hace cinco días a lo largo de la frontera entre Turquía y Grecia están preparándose para una estancia larga, indecisos entre la constatación de que eran mentira los rumores de que el paso se abriría y la esperanza de que aún puedan entrar en la Unión Europea.
El pueblo de Doyran, sobre la orilla del río Evros, que hace de frontera natural entre los dos países, ha visto llegar desde el viernes pasado a decenas de sirios, iraquíes, paquistaníes y afganos, dispuestos a intentar cruzar al lado griego, que aquí dista apenas un tiro de piedra.
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