Khadija estaba sentada en la terraza del último piso del Ocean View de Taghazhout cuando, en la madrugada del sábado, vio cómo se tambaleaban todos los edificios.
En lo más alto de la colina de este pueblo surfero, los bloques de hormigón parecían de gelatina. Pero no se convirtieron en escombros, tal y como ocurrió en muchas otras localidades de Marruecos. A su móvil no paran de llegar vídeos de otros lugares de su país que lloran los casi 3.000 muertos en la tragedia.