António Costa era de esos líderes europeos que aprovechaba su estancia en Bruselas para pasear. Aunque sólo fueran los 600 metros que separan el hotel en el que se alojaba de la sede del Consejo. No era raro verle caminar por la rue Froissart antes de las citas con el resto de líderes y muchos veían su futuro en esas calles. La dimisión del primer ministro portugués por un caso de corrupción ha caído como un jarro de agua fría en la familia socialdemócrata, que pierde a uno de sus rostros más significativos a las puertas del nuevo reparto de poder en la UE tras las elecciones europeas del próximo mes de junio.