Sergio Chamy tenía 85 años, y llevaba ya un buen puñado de ellos jubilado, cuando enterró a su mujer. El duelo le sumió en un estado de pesadumbre que le atrapaba. Se sentía enjaulado en su apartamento: todo lo que allí había le recordaba a ella. Necesitaba romper con su rutina.
Un día le llamó la atención un anuncio de un periódico: "Se necesita jubilado entre 80 a 90 años. Autovalente, de buena salud, discreto y con manejo en tecnología. Para realizar investigación, con disponibilidad para vivir fuera de su casa por tres meses".