Fue su fracaso más sonado y, desde luego, el que más le afectó. Joaquín Sorolla pintó cuando tenía 24 años El entierro de Cristo y no gustó a nadie. El joven mascaba la tragedia cuando escribió una carta a su cuñado, antes de regresar de Roma a Madrid, en 1887: "He sufrido mucho más de lo que os podéis imaginar", le dice. También contaba en el escrito que sacrificó las condiciones en las que mejor se desenvolvía, como el color y los efectos de la luz vibrante, para ganar en "sobriedad y misticismo".
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