Pero sigue en el aire si la película podrá ver la luz, como se pretendía, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020.

Quienes no han perdido el tiempo son los creadores de Studio Ponoc, fundado en abril de 2015 por el productor Yoshiaki Nishimura, quien consiguió reunir a animadores y animadoras formados en el seno de Studio Ghibli para una empresa que heredase el legado de Miyazaki y el fallecido Isao Takahata. Un sello de calidad que deviniese continuación estilística de aquella no solo en lo estético, también en lo narrativo y hasta en lo empresarial.

Ahora llega a Netflix Héroes Humildes, una colección de tres cortometrajes realizados por Ponoc, que resulta ser la muestra perfecta de sus capacidades. Una manera de mostrar músculo en lo técnico pero también de asegurar un futuro a su forma de trabajo y su filosofía para con el medio animado. Los resultados son, a todas luces, positivos y aseguran un lugar a la compañía destinada a ofrecer en el futuro obras al alcance de Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro o La tumba de las luciérnagas.

Kanini y Kanino

La primera obra del muestrario que es Héroes humildes narra la historia de dos hermanos pertenecientes a una especie de seres diminutos que vive bajo el agua. Kanini y Kanino conviven con su padre desde que su madre salió del agua para dar a luz. Pero un accidente les deja solos en el cauce de un peligroso río, en el que todo tipo de criaturas resultan una gigantesca amenaza. Juntos deben aprender a sobrevivir apoyándose el uno en el otro.

El animador Hiromasa Yonebayashi, conocido como Maro y responsable de Kanini y Kanino, es el principal valedor de Studio Ponoc desde su nacimiento. Discípulo directo de Miyazaki, para quien había dirigido Arrietty y el mundo de los diminutos -con el que esta obra comparte cierto imaginario- y El recuerdo de Marnie, este realizador fue el responsable de presentar al mundo el primer largometraje de la nueva factoría: Mary y la flor de la bruja, estrenado en 2018.

En esta ocasión, aún siguiendo determinadas fórmulas narrativas propias del estudio de Mi vecino Totoro, Maro ofrece una audaz relectura de un mundo de escalas alteradas y perspectivas fantásticas que va un paso más allá de lo visto en Arrietty. Suerte de extensión temática en torno a los lazos familiares de esta -y también de las relaciones fraternales de La tumba de las luciérnagas-, Kanini y Kanino es una bella y sencilla historia de aventuras de espíritu clásico.

Tanto, que podría estar perfectamente inspirada en los universos creativos de autoras com Mary Norton, Joan G. Robinson o Mary Stewart, a quienes el director ha adaptado anteriormente. "Creo que lo que siempre me ha atraído de estas historias es el intentar representar personajes jóvenes que crecen y cambian", decía sobre ellas, "cómo empiezan a comprender sus sentimientos y cómo eso afecta al modo en que se relacionan con el mundo", explicaba el animador en una entrevista concedida a eldiario.es.

La vida nunca pierde

Shun es un niño como cualquier otro en lo aparente. Como el resto de chavales de su edad, vive una vida normal entre la escuela, los deportes y los deberes en casa. Pero Shun es alérgico al huevo. Y esto no significa solo que no pueda comerse una tortilla: no puede ingerir ningún derivado del huevo, ni helados, ni yogures, ni productos de bollería o pasta. Y eso hace que viva bajo las estrictas normas de una madre preocupada constantemente por su salud.

Si el anterior título de Héroes humildes era una muestra de fuerza de Ponoc en el terreno de lo fantástico, aquí nos encontramos con algo mucho más realista y cotidiano. Un filme en sintonía con títulos históricamente menos recordados de Ghibli, pero igualmente notables, como Recuerdos del ayer, Puedo escuchar el mar o La colina de las amapolas.

La vida nunca pierde es un ejercicio impecable en sus intenciones dramáticas. Un notable slice of life en la cotidianidad de un niño con una dolencia, que lucha por que esta no defina su personalidad ni limite todos los aspectos de su vida. También un relato ejemplar y lleno de sensibilidad sobre la necesidad de ejercer los cuidados sin optar por educar en el miedo y la sobreprotección.

Dirige Yoshiyuki Momose, un animador con dilatada experiencia y gran nombre en su campo. Se trata nada menos que del responsable de la dirección de animación de películas como Porco Rosso o El viaje de Chihiro, y suyas son obras tan peculiares como Ghiblies y Ghiblies Episode 2, cortometrajes que narraban en clave cómica el día a día del célebre estudio de animación.

Invisible

Un oficinista de Tokyo con una vida anodina y repetitiva empieza a sentir que algo no cuadra a su alrededor. Un día se percata de que nadie le presta atención. No le saludan, no le invitan a tomar algo, no le hablan siquiera. Es como si no existiese. Cómo si fuese invisible a sus ojos.

Y este sí: es el filme más libre de cuantos podemos descubrir en Héroes humildes. Un ejercicio de una poesía visual magistralmente concebida. De una pericia en lo técnico absolutamente brillante, Invisible es una película eficaz y valiente por su original acercamiento a un tropo harto manido desde que H. G. Wells escribiese su inapelable clásico literario a finales del siglo XIX.

En Invisible, Studio Ponoc marca una nueva meta en sus intereses temáticos y abraza la exploración dramática de la soledad y la alienación del salary man nipón. Y partiendo de un concepto que podría haber salido de la imaginación de un artista como Tetsuya Ishida, compone una afilada metáfora sobre la necesidad de establecer conexiones emocionales con quienes nos rodean.

Si con Kanini y Kanino, el estudio pone a prueba su capacidad para la fantasía amable y familiar exquisitamente animada. Y si en La vida nunca pierde se demuestra competente para abordar el drama cotidiano con sensibilidad... Invisible es el verso libre: la demostración de que Ponoc tiene entre sus filas un potencial fantástico que luce mucho mejor cuando no se muestra tan deudor de la herencia de Studio Ghibli.