Takatakakatak… ¡Clic!… Tikitikitiki… Clac, clac, clac… ¡Piuh!
El golpeteo seco de las teclas de los ordenadores, de los móviles, de las tabletas y de todos los dispositivos digitales estaban reemplazando el sonido rasgado de los lápices y los bolígrafos sobre el papel.
Apenas se oía ya el trazo de la escritura a mano y esa sensación de continuo, ese txachacatxacachá que solo se detenía cuando de pronto, ¡poc!, aparecía el punto de una i o un punto final. Ese sonido fluido, ligado, engarzado, era cada vez más extraño. Lo estaba acallando el aporreamiento de teclas aisladas, ¡clac!, ¡clac!, ¡clac!, sin más ligazón que ir una detrás de otra, sin agarrarse entre ellas, como siempre lo hacían la ele y la e de las lentejas de la lista de la compra.
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