Y esto sucede desde hace dos siglos. El resultado es demoledor: brillante, azul, romanticón, con pajaritos y gatitos. De todo esto hay en esta exposición, con más de 100 piezas que colocan al visitante entre la curiosidad antropológica y la vergüenza ajena.

En la planta cuarta de CentroCentro Cibeles (del 23 de junio al 8 de octubre) se encuentra la exposición Elogio de lo cursi, comisariada por Sergio Rubira, profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, y uno de los historiadores con mejor mirada oblicua para revisar lo que fueron nuestros antepasados y lo que hicieron. Elogio de lo cursi es una muestra irónica con muebles, libros, abanicos, cuadros, fotografías, carteles y un gato de porcelana del despacho de Ramón Gómez de la Serna, que asalta desde el hueco en el que ha sido encajado, en una pared forrada por vinilo que imita a mármol jaspeado oscuro.

Cuenta el comisario que el diseñador del espacio es el arquitecto Pedro Pitarch y que ha decidido llevar el mármol de las paredes del pabellón de Mies van der Rohe, en Barcelona, a las paredes de esta exposición. Solo ha faltado el suelo brillante y las paredes salmón impuestas por Carmen Cervera a Rafael Moneo en el Museo Thyssen-Bornemisza.

A ese espejo incluido en una vitrina, lo acompaña un cofre, en otra vitrina, convertido en fetiche museístico. Un gesto de desclasamiento también muy cursi que rompe con la mirada canónica de las exposiciones temporales. Estas piezas han llegado del Museo Nacional de Artes Decorativas, donde se conservan miles de ellas a la espera de un poco de atención y de una revisión que convierta ese museo en una institución antropológica sobre el gusto. También hay objetos del Museo de Historia del Ayuntamiento de Madrid y del Museo del Romanticismo. De este ha venido una cerámica que recrea una escena de baño, con tres mujeres vestidas que acarician a un gato. En la cartela dice años veinte del siglo XIX, pero hoy se podría encontrar a la venta algo similar, en un gran bazar.

La catedrática de literatura española en la Universidad de Yale, Noël Valis, anotó una definición muy concreta en el ensayo La cultura de la cursilería. Mal gusto, clase y kitsch en la España moderna (Antonio Machado Libros, 2010): “Lo cursi es la clase media baja reflejando la necesidad de mantener las apariencias y su incapacidad para hacerlo de una forma satisfactoria”. Cuando tus aspiraciones extienden cheques que tu cuenta no puede pagar. Esto les pasaba a los personajes de Miau, la novela que Benito Pérez Galdós escribió en 1888: “Somos unas pobres cursis. Las cursis nacen, y no hay fuerza humana que les quite el sello. Nací de esta manera y así moriré. Seré mujer de otro cursi y tendré hijos cursis”, dice el personaje de Abelarda.

Entre las referencias apuntadas en la exposición aparece Jacinto Benavente, que escribió Lo cursi en 1901 y dijo: “La invención de la palabra cursi complicó horriblemente la vida. Antes existía lo bueno y lo malo, lo divertido y lo aburrido, y a ello se ajustaba nuestra conducta. Ahora existe lo cursi, que no es lo bueno ni lo malo, ni lo que divierte ni lo que aburre; es... una negación: lo contrario de lo distinguido”.

Rubira defiende que lo cursi se hace por contexto, porque “el objeto tiene agencia”. Las fotografías que ha incluido de los salones de Emilia Pardo Bazán son un claro ejemplo de este desarrollo de la burguesía con aspiraciones. No es un recorrido por el mal gusto de las comunidades de dos siglos, sino por el uso que hemos dado a los objetos. Es más una exposición antropológica que artística. El final del recorrido desmenuza el despacho de Ramón Gómez de la Serna y el comisario ha extraído objetos anodinos con los que convivía el autor. El más llamativo, sin duda, un gato de porcelana espantoso. Estos enseres se conservan en el Museo de Arte Contemporáneo, en el Centro Cultural Conde Duque, y desvelan la curiosidad de Ramón por la cultura cursi.

No hay ni un Lladró en el recorrido, pero hay tantas figuritas de porcelana que no se hacen imprescindibles. El salón con alfombra circular de peluche azul, con muebles de los años cincuenta imitando un estilo rococó pasado pero rescatado para convertir los apartamentos de la clase media del franquismo en pequeños palacios baratos. El amor cursi también tiene una estantería con ejemplares de parte de la obra de Corín Tellado. Al final, el recorrido del montaje aclara la forma de vida atrapada entre dos formas de existencia, que fue lo que caracterizó la modernidad en España. Con unas clases medias que emergen con la misma inseguridad que en el resto de Europa, pero con la particularidad del franquismo tratando de volver a la era de la grandeza imperial y la tradición católica. El resultado de ese mejunje fue mucho menos grandioso y mucho más vulgar.